jueves, 27 de octubre de 2011

Pudding de frambuesa

Nicole no veía la hora de salir de entre las sábanas de franela aquella mañana de invierno en pleno diciembre abrazada a Jack. 
Una no puede amanecer todos los días como si estuviera encerrada en un cuento de hadas de esos que tienen final feliz. Mejor dicho, de esos que no tienen final, porque los finales felices no pueden existir si son finales.
- ¿Sabes una cosa, pequeño gorrión? - Dijo Jack con un tono de voz tan dulce que iluminó la cara de Nicole.
- ¿Qué debería saber? 
- Que tengo miedo. 
- ¿Miedo? ¿Miedo a qué?
- A que esto desaparezca, todo esto que tenemos. A no despertarme y verte dormir a mi lado. A no oír tu respiración en medio de la noche. A no ver como tu pelo se enreda entre mis dedos, ese pelo rubio y largo que me enamoró. 
- Eso no tiene porque darte miedo, eso no es nada. Yo tengo un miedo mucho peor. Eso si que es verdadero miedo. - Contestó Nicole para sorpresa de Jack, que la miró con los ojos como platos y finalmente se atrevió a preguntar:
- ¿Y qué es eso a lo que tu le tienes tanto miedo?
- A mirarte un día a los ojos y ver que ya no me quieres. Eso es lo realmente aterrador.

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